24 de noviembre de 2016

Opinión: Bajo el imperio del neoliberalismo, grave crisis interna del PSOE e hipócrita rechazo del populismo

Jueves, 24 de noviembre.

Fernando T. Romero*
Mariano Rajoy esperó a que las izquierdas (como ya es tradicional) se pelearan entre ellas, a que el PSOE defenestrara a Pedro Sánchez y se alejara de Podemos y a que, finalmente, le diera el poder a él tras una tranquila espera de 300 días. Y terminó consiguiendo la presidencia del gobierno a cambio de nada. Fue una rendición incondicional del PSOE en toda regla.
Rajoy gobierna y ha confirmado que va a continuar con su misma política de los últimos años, por lo que los ricos seguirán siendo cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres, aunque los números de las estadísticas macroeconómicas y de las grandes empresas nos sigan insistiendo en que ya hemos salido de la crisis.
Así las cosas, el gobierno del PP seguirá con sus reformas (= recortes) y si no le dejan gobernar, convocará elecciones. Es lo que se deduce, tras la abstención del PSOE en la votación de investidura al presidente del gobierno. Y como efecto colateral nada desdeñable, los socialistas se han colocado más cerca de Ciudadanos que de Unidos Podemos, con lo que el agónico bipartidismo ha conseguido sobrevivir.
No obstante, y para disimular, los socialistas se han puesto duros con los Presupuestos (¿postureo?), pero si el PNV no lo remedia pactando las cuentas públicas con el PP, al PSOE no le quedará más remedio que ceder una vez más y apoyar los Presupuestos del PP. Aunque eso sí, sería un sacrificio por el bien de España. ¡Cuánto patriotismo y responsabilidad la de los socialistas!
Mientras tanto, Susana Díaz, haciendo alarde de un inaudito cinismo, ha tachado de desleales a los dirigentes socialistas catalanes. Y especialmente ella, que ha sido la campeona en deslealtad tras protagonizar la cacería política contra Pedro Sánchez, único secretario general del PSOE elegido por sus militantes.
Como ha escrito Erasmo Quintana en La Provincia, los acontecimientos de los últimos meses han puesto en evidencia que el problema actual del PSOE es que su organización está encerrada en sí misma y dirigida “de hecho” por la gerontocracia. La ciudadanía ha podido constatar que allí no manda quien por su cargo orgánico debería hacerlo, sino que quien decide es la vieja guardia convertida incuestionablemente en un auténtico poder real. De esta manera, el PSOE no puede desarrollar nuevos planteamientos acordes con los tiempos que corren.
Se ha podido constatar también que la Comisión Gestora no quiere hablar del Congreso que dé paso a las primarias para elegir al secretario general. Sin embargo, se ha ocupado de castigar y de purgar a algunos denominados “díscolos” y de cuestionar la unión con el Partido Socialista de Cataluña (PSC) porque osaron votar contra Rajoy. ¡Vaya delito y qué manera de tender puentes internos de diálogo para la reconciliación tras la batalla!
Añadir, por último, que los socialistas vascos con un pacto de “hechos consumados” han forzado a la Comisión Gestora a aceptar a regañadientes el acuerdo de gobierno en el País Vasco con el PNV, dejando en evidencia a la propia Comisión Gestora que, con carácter previo, solo tenía noticias ambiguas y lejanas de las negociaciones.
Consideraron que en este momento era mejor no abrir un nuevo frente de batalla interno con los socialistas vascos. De esta manera el PSE (Partido Socialista de Euzkadi), fiel al anterior secretario general hasta el borde mismo de la ruptura, adquiere una nueva fortaleza, lo que incomoda a la actual dirección temporal del partido.
Por otra parte y en otro orden de cosas, ha sido relevante la reciente elección de Donald Trump para la presidencia de Estados Unidos. Este hecho ha reavivado el debate entre los políticos y los medios de comunicación de nuestra sociedad, que hipócritamente se han escandalizado por el crecimiento del populismo.
Estos mismos políticos y medios de comunicación reconocen que las causas del creciente populismo se encuentran en el aumento de las desigualdades provocadas por los masivos recortes infringidos a los ciudadanos, por los altos niveles de desempleo, por los bajos salarios y los contratos laborales precarios, por la reducción de las pensiones, por el aumento de los impuestos etc. Y todo ello, bendecido legalmente por una brutal reforma laboral.
Si a todo eso añadimos un sistema educativo deficiente y la desconfianza hacia unas élites egoístas e insaciables, obsesionadas únicamente por sus intereses personales, obtenemos la radiografía perfecta de lo que está sucediendo.
Sin embargo, nada de lo anterior mueve a los gobiernos a reconsiderar y a modificar sus políticas, sino todo lo contrario, se empecinan y se reafirman en continuar con los recortes para profundizar aún más en las desigualdades sociales.
Es evidente que, gracias a los actuales gobiernos europeos, la extrema derecha ya no tiene que usar las camisas negras ni los uniformes pardos para tocar poder, pues les basta las elecciones y la democracia.
Por ello, uno no duda en acusar a los actuales gobiernos de ser los culpables de la actual ola populista, por sus reiteradas decisiones contra los ciudadanos y por ser los responsables de su empobrecimiento generalizado. Por tanto, que dejen ya de rasgarse hipócritamente las vestiduras y de verter cobardemente tantas lágrimas de cocodrilo contra los populismos que ellos mismos provocan, e inicien con valentía -no se atreverán- la planificación de una política global contra el neoliberalismo.
Como ha escrito el filósofo francés, Pierre Dardot, ya no es necesario recurrir a golpes de Estado como ocurrió, por ejemplo, con el Chile de Salvador Allende para imponer por la fuerza de las armas las recetas neoliberales. Actualmente se consiguen los mismos resultados mediante el recurso a los mercados de capitales.
Un ejemplo claro ha sido el caso de Grecia: el sometimiento por la fuerza del ejército fue sustituido por el respeto a lo firmado, bajo pena de asfixia económica y financiera. Es evidente que actualmente las armas de la presión del poder de los mercados financieros permiten castigar a los gobiernos que se oponen a los programas neoliberales.
Y durante estos últimos años la socialdemocracia, en lugar de oponerse con fuerza al neoliberalismo, muchas veces ha pretendido ser “más papista que el Papa”, superando en celo reformista a los mismísimos partidos conservadores.
Según el mismo Dardot, la izquierda debe tomar ya, de una vez, la iniciativa y enfrentarse al neoliberalismo que se ha impuesto como única forma de vida. Y concluye que ningún gobierno de izquierdas puede, por sí solo, enfrentarse al monstruo neoliberal; sino que se necesitan apoyos de otros gobiernos y movimientos sociales progresistas de todo el continente. ¿Será esto posible algún día?
*Fernando T. Romero es profesor de Secundaria.