26 de septiembre de 2015

Colaboración: "Nuevo golpe a Burkina Faso"

Sábado, 26 de septiembre.

Antonio Lozano*
En la tarde del 16 de septiembre, un grupo de militares irrumpió en la sala donde se celebraba el Consejo de Ministros de Burkina Faso, secuestrando al presidente del país, Michel Kafando, a su primer ministro, Yacouba Isaac Zida y a algunos ministros. El RSP (Regimiento de Seguridad Presidencial), a cuyo mando se encuentra Gilbert Dienderé, mano derecha del ex-presidente Blaise Compaoré y jefe del Estado Mayor del Ejército antes de la deposición de este tras la revuelta popular de octubre de 2014, anunciaba inmediatamente la disolución del CNT (Consejo Nacional de Transición) y la creación del CND (Consejo Nacional Democrático), a la vez que proclamaba a Dienderé presidente del país. Las primeras medidas del nuevo Jefe de Estado fueron la declaración del toque de queda desde las siete de la tarde hasta las seis de la mañana y el cierre de las fronteras.
No se puede entender las claves de este golpe de Estado sin explicar quién es Gilbert Diendéré y qué es el RSP. El autoproclamado jefe de Estado de Burkina Faso fue el líder del comando que asesinó en 1987 al carismático Thomas Sankara, que había llevado a cabo en el país, en sus cuatro años de gobierno (1983-1987), una experiencia política sin parangón en el África posterior a las independencias. Admirado en todo el continente, Sankara fue eliminado por orden de su gran amigo y compañero de armas Blaise Compaoré, con la más que probable complicidad de los servicios secretos franceses y del presidente marfileño Houphouët-Boigny. Se convirtió así Diendéré en uno de los hombres fuertes del nuevo régimen, controlando absolutamente los servicios de información del país y dirigiendo la represión brutal que siguió al golpe de Estado que acabó con la revolución sankarista. En 2005, Dienderé fue acusado por la ONU de intercambiar armas dirigidas a los rebeldes de Sierra Leona por diamantes. Tras la asunción del poder por parte de Compaoré, este creó el RSP, un cuerpo de élite con medios muy superiores al resto del ejército e integrado por un grupo de entre 1.200 y 1.500 soldados. El RSP fue, y sigue siendo, dirigido por Diendéré desde su creación. Se trata de un cuerpo militar diseñado para la entrega absoluta a su creador, Compaoré, un regimiento acostumbrado a poder, mimos y prebendas. Un ejército particular e incondicional al servicio del Presidente que hizo asesinar a Sankara, regentado por encargado de la represión en el país y más poderoso que el ejército nacional al que pertenece.
Siendo así, cabe hacerse más de una pregunta: ¿Por qué no fue disuelto el RSP por el gobierno encabezado por Kafando y encargado de pilotar la transición tras la revuelta de octubre de 2014? ¿Por qué ese  mismo gobierno mantuvo al frente de aquel a Gilbert Diendéré (aunque le retiró el cargo de jefe del Estado Mayor), siendo como era la sombra del presidente expulsado del poder por esa revuelta y su brazo ejecutor en las páginas más sombrías de la represión post-sankarista? O también y sobre todo, ¿por qué no huyó Diendéré del país al mismo tiempo que su amo, asumiendo el riesgo de un juicio por corrupción y asesinatos, el magnicidio de Sankara entre otros, que lo llevaría inevitablemente a la cárcel?
Las respuestas a todas estas preguntas llevan inevitablemente a una misma conclusión: por el inmenso poder y la enorme capacidad de maniobra de que dispone la entidad que ha sido definida como un ejército dentro del ejército. Y, también, por la adhesión incondicional de los hombres que lo integran a Blaise Compaoré y, por ende, a Gilbert Diendéré.
Preguntado hace unos días  Bruno Jaffré, biógrafo de Thomas Sankara y uno de los mejores conocedores de los entresijos de la política burkinabé, sobre las razones por las que el gobierno de Kafando concedió a Diendéré la condición de intocable y no hizo nada para despojarlo del mando del RSP, nos dio una respuesta tan escueta como contundente: porque no se atrevió.
Razones para ello no le faltaron. El golpe de Estado del pasado miércoles no fue el primer desmán del RSP y de su jefe. A lo largo de una transición que debería haber llevado al país a las elecciones democráticas del 11 de octubre, las acciones ilegítimas y los desafíos al Gobierno fueron constantes: el episodio más llamativo tuvo lugar el pasado 4 de febrero, cuando un grupo armado de hombres del RSP irrumpió en el Consejo de Ministros para exigir la dimisión del primer ministro, Yacouba Isaac Zida. Ni siquiera ante aquel gesto de insumisión fue capaz el gobierno de destituir al todopoderoso Gilbert Diendéré.
Craso error. De aquella debilidad nace este golpe de Estado. Aunque la transición política de Burkina Faso, tras las dudas de las primeras semanas, parecía haber enfilado definitivamente el camino hacia las urnas, el peligro de una reacción de Dienderé era evidente. El tiempo se agotaba y con él su impunidad y la de Blaise Compaoré. Este golpe ha sido su último cartucho. Pronto se sabrá si la jugada fue exitosa. Ante sí tiene un contrincante poderoso: el pueblo burkinabé, que desalojó hace unos meses del poder a Compaoré y que, vista la reacción tras el golpe y a pesar de los muertos y heridos provocados por los hombres del RSP, no parece dispuesto a tirar por la borda la histórica victoria del 30 de octubre. Pero también a los partidos políticos, los sindicatos, los representantes de los magistrados incluso, que ya han tomado posición contra el golpe de de Estado. Y todas las instituciones internacionales, con la ONU y la UA a la cabeza. En general, a la comunidad internacional, Francia incluida. Con la diferencia de que este país deberá convencer de su sinceridad con algo más que una declaración contra el golpe, con una firmeza que disipe las sospechas nacidas de estas preguntas: ¿Por qué llevó al poder y mantuvo en él durante casi treinta años a un hombre corrupto y sanguinario? ¿Por qué lo ayudó tras su huida desesperada del palacio presidencial, del que fue expulsado por la revuelta popular, a salir del país ilegalmente, para evitar un juicio en su contra tan merecido por él como peligroso para el Eliseo, ordenando al Presidente marfileño que le enviara de urgencia un helicóptero que penetró sin permiso en territorio burkinabé? ¿Por qué otorgó a Diendéré, el hombre que asesinó a Sankara y dirigió la represión antes de tomar el poder mediante el golpe de Estado del pasado miércoles, la distinción de Caballero de la Legión de Honor en 2008?
Tampoco estaría de más saber por qué el golpista burkinabé disfrutaba con el general galo y embajador de Francia en Burkina Faso, Emmanuel Beth, de largas sesiones de salto en paracaídas. ¿Amistades peligrosas o afectos nacidos de la complicidad?
La mano dura de Diendéré ha vuelto a caer sobre el país. El balai citoyen, organización ciudadana juvenil que puso en marcha las protestas que acabaron con Compaoré, puede dar fe de ello. Sobre todo uno de sus líderes y co-fundador, el rapero Smockey, en cuyo estudio fue lanzado en la mañana del jueves un cohete del que el cantante y su familia salieron indemnes de milagro.
El golpe de Diendéré, casualmente ocurrido un día antes de que la Justicia hiciera pública el resultado de la prueba pericial sobre la identidad de los restos inhumados  supuestamente pertenecientes a Sankara, es la reacción desesperada de la fiera herida de muerte. Su camino, un callejón sin salida. Solo cabe esperar que se tope pronto con el muro que señala el final de su carrera, antes de que siga aumentado el número de víctimas de la locura desatada en Uagadugú y en el resto de ese hermoso país. Con el permiso, claro, de la CEDEAO (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental), que en las últimas horas ha pactado un acuerdo con los golpistas en el que les concede no solo una amnistía por lo ocurrido en estos días, sino también la permanencia en sus puestos y la inclusión en las elecciones postergadas a noviembre de Compaoré y sus secuaces.
Algo que ni el pueblo de Burkina Faso ni las organizaciones sociales están dispuestos a aceptar.
*Antonio Lozano es escritor e Hijo Adoptivo de Agüimes.