Antonio Morales*
"Todos son iguales" es una frase que se repite hasta la saciedad cuando la
sociedad civil hace referencia a los políticos y a los partidos políticos: la
manifestación espontánea de hace unos días ante las sedes del PSOE y el PP en
Madrid es la constatación más palmaria de esta realidad. Desde luego, contribuye
bastante a ello el que PSOE no supiera plantar cara al neoliberalismo y
terminara poniéndose en sus manos, para acabar haciendo después una oposición
tímida. Refuerza ese pensamiento la actitud del PP entregado a las órdenes de
los mercados e incumpliendo una vez sí, y otra también, el programa electoral
con el que ganaron las últimas elecciones. Ya no se cree en el partido que
gobierna, pero tampoco se ve una alternativa. Los partidos no son percibidos
sino como una maquinaria de poder al servicio de una élite que los controla. En
los distintos medios de comunicación no dejamos de escuchar un día tras otro
que sobran políticos, cargos públicos y hasta instituciones. Anda por ahí
un informe nacido en los aledaños del PP que cifra el número de cargos públicos
en más de 450.000, una rotunda mentira ya que éstos no llegan, contando con
directores generales, asesores, etc., ni a los 200.000, uno de los porcentajes
más bajos de Europa. Se insiste en que hay que reducir el número de concejales,
de municipios, de mancomunidades… El mensaje machacón de atacar lo
público para vaciarlo va calando poco a poco en la ciudadanía hasta el punto de
que las encuestas señalan que la política y los políticos son la tercera
preocupación de los españoles. El alejamiento de los ciudadanos de la política
es cada vez mayor. Tras los recortes últimos del Consejo de Ministros del
viernes 13, los funcionarios se quejan amargamente acusando de manera genérica
a los políticos de prebendas y de provocar la ruina del país. Si escuchas a
muchos sindicatos los argumentos son los mismos, ¡ay los médicos y los bomberos
con sus pancartas reaccionarias el pasado jueves! Ni les digo si leemos los
anónimos en internet o las intervenciones de los hombres y mujeres de este país
en las radios y televisiones diversas. La sensación de cabreo y hartazgo es
cada vez mayor. Mientras, el Gobierno no deja de tomar medidas que atacan a las
libertades y a los derechos sociales y laborales, llevando a la exclusión a un
sector importante de la población, empobreciendo a las clases medias y
enriqueciendo cada vez más a unos pocos, al mismo tiempo que amnistía a los
delincuentes financieros. La percepción de que todo lo que se hace se
decide fuera (Alemania, FMI, sistema financiero…) es cada vez más patente. No
pocas son las voces que claman por un Gobierno de tecnócratas, de expertos al
margen de la política. Poco a poco se nos va mostrando, cada vez de una manera
más clara, que se están generando dos mundos distintos: el de la política y las
instituciones y el de los ciudadanos de a pié.
Sin duda, se trata de un momento muy peligroso para la democracia y las
libertades públicas. Frente a un sector minoritario de la sociedad que no
renuncia a la crítica, a las manifestaciones, a las acciones pacíficas y al
debate para fortalecer nuestro sistema de libertades, se alza otro para el que
la política ha dejado de ser una alternativa. Es el mejor caldo de cultivo para
el populismo y la extrema derecha y Europa lo sabe perfectamente porque vivió,
desgraciadamente, una experiencia terrible el siglo pasado y porque, en su
seno, no dejan de crecer movimientos de este tipo en la actualidad.
El fracaso generalizado de la socialdemocracia en el Viejo Continente (en
España también), la dilución de las ideologías en una suerte de amalgama al
servicio de los grandes poderes económicos, el miedo, la inseguridad, la
ausencia de perspectivas y el fracaso de los partidos políticos tradicionales fundamentalmente,
están propiciando el auge del populismo y de la extrema derecha en
el continente europeo de una manera brutal (con mayor virulencia en los
antiguos feudos socialdemócratas), como reconocía hace muy poco el presidente
del Consejo Europeo, Van Rompuy. El mapa extremista es el siguiente: en
Alemania, donde un miembro del partido socialista, Sarracin, publicó un libro
xenófobo de un éxito extraordinario, acabamos de ser testigos de cómo una
célula oculta neonazi actuó en la clandestinidad durante una década con el
apoyo de los propios servicios secretos alemanes. En estos días la ultraderecha
germana, volcada en las ayudas a los “sin techos” y a los parados, ha decidido
unirse para hacerse más visible. En Francia, Marine Le Pen ha conseguido los
mejores resultados para la ultraderecha francesa de las últimas décadas,
obteniendo el voto de los sectores más populares. En Grecia, Aurora Dorada,
erigida en defensora de la gente humilde, ha tomado las calles y el Parlamento
con sus camisas negras, utilizando la violencia contra los periodistas, los
inmigrantes y los adversarios políticos. El Partido para la Libertad de Holanda se ha
convertido en la tercera fuerza política del país y bisagra para conformar
gobierno. En Rusia, el ultranacionalismo, que usa el saludo nazi, congrega en
sus actos a miles de personas. En Hungría, el Gobierno de extrema derecha de
Víctor Orbán se ha hecho con el poder. En Austria, el Partido de la Libertad, relanzado tras
la muerte de Haider, ha conseguido más de una quinta parte de los votos del
país. En Finlandia, el Partido de los Auténticos Finlandeses sigue teniendo una
presencia importante, a pesar de que perdió escaños en las últimas elecciones
de 2011. En Inglaterra, el Partido Nacional Británico consiguió situar a varios
de sus miembros en el Parlamento Europeo. En Suiza, el Partido Popular Suizo
gana cada vez más adeptos. En Noruega, el Partido del Progreso llegó a alcanzar
la cuarta parte de los votos del país. En Suecia, los Demócratas Suecos han
facilitado la formación de mayorías de gobierno. En Dinamarca, el Partido
Popular Danés formó mayoría con los liberal-conservadores y sigue siendo el
tercer partido. En Bélgica Vlaams Belang tiene una importante presencia
en la sociedad. Y en Bulgaria, Ataka, Orden y libertad en lituania, la Liga Norte en Italia…
En España, con una presencia testimonial de grupúsculos, la extrema derecha ha
permanecido fiel al PP y hasta ahora le ha votado mayoritariamente, pero
¿seguirá siendo así?
Como pueden comprobar, no se trata de una anécdota. La presencia de la
extrema derecha y los populistas en toda Europa avanza, es notable e
inquietante y juegan con la demagogia de ser antisistema, defender a los más
débiles, atacar a los inmigrantes que roban el empleo y sustituir a los partidos
tradicionales inservibles. Y tienen además algo en común: se nutren,
mayoritariamente, de antiguos votantes socialdemócratas y de la clase obrera.
No debemos cerrar los ojos ante la enseñanza de la Historia: el nacimiento
del fascismo en Italia tuvo su origen en la crisis que vivió ese país a finales
de la I Guerra
Mundial, con graves problemas sociales, económicos y políticos, lo que provocó
una enorme conflictividad social y el rechazo a la política y a los políticos
tradicionales incapaces de propiciar alternativas. También el nazismo y el
peronismo bebieron de la misma pócima. Antoni Gutiérrez-Rubí define el problema
con meridiana claridad: “las encuestas son concluyentes. La paciencia de los
ciudadanos con la política, con los partidos, con las instituciones
democráticas está seriamente dañada. Nunca como hasta ahora. Y el rumor de
fondo es cada vez más audible. El populismo avanza. Los que promueven que
sobran políticas y administraciones acabarán diciendo que sobran instituciones.
El caldo de cultivo está ahí”. Es preciso que entre todos hagamos un ejercicio
de responsabilidad. Todos debemos hacer una autocrítica seria y responsable.
Todos: los partidos, los sindicatos, los empresarios, la ciudadanía… No podemos
seguir alentando al monstruo.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.