Antonio Morales*
El sábado 19 de mayo, el escritor Gustavo Martín Garzo describía en El País
cómo "la sociedad entera vive entregada al gran dios del dinero. (…) No deja de
hablarse del déficit, de la deuda, de las altas operaciones financieras, pero
se evita hacerlo del sufrimiento de los que no tienen nada, de la pobreza
creciente de jóvenes y ancianos, del envilecimiento del mundo". Y citaba a los
pueblos perdidos que compiten para que se instalen en sus verdes prados
cementerios nucleares y la batalla entre comunidades por conseguir que se
emplace en sus territorios el famoso casino de "privilegios fiscales,
prostitución y profunda vulgaridad". También días atrás, José Antonio Marina se
lamentaba en RNE de que los economistas hayan arrinconado a los intelectuales y
científicos en el debate público, de manera que parece que todos los problemas
tienen "solamente" una solución económica. Igualmente, en el diario de Prisa,
Juan Goytisolo se quejaba de cómo "el dios Mercado se arroga el papel de
principal educador. (…) Ha sustituido al profesorado en su tarea gracias a una
publicidad omnímoda que subyuga a niños, adolescentes y jóvenes superconectados
con la Red. (…)
Ciertamente, las humanidades y el estudio de las lenguas clásicas son poco
rentables en un mundo en crisis. (…) El saber no rentable ha dejado de
interesar…". El premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, Tzvetan
Todorov, ha insistido una y otra vez, durante los actos de presentación de su
último libro en España, en que el afán de ganar más está destrozando nuestras
vidas, que "todas las vertientes del hombre se están sacrificando en el altar
de la rentabilidad, que se considera imprescindible para la supervivencia del
estado y los países.(…) Nos olvidamos de que la economía está al servicio de la
sociedad y que la sociedad, a su vez, está al servicio del florecimiento de los
individuos"…
Y es que no estamos concibiendo otra posibilidad para el ser humano que
la de ser un "homo economicus": un individuo egoísta, consumista, que no
contempla más emociones que las del lucro individual, ni más metas que las de
maximizar las ganancias. A finales de los noventa, un colectivo dirigido por
Marc Hufty centró sus estudios en lo que llamó el "pensamiento contable" ("La
pensée comptable. État, neoliberalisme, nouvelle gestion publique") y ya nos
hablaba de una relación de fuerzas más favorables al capital que al trabajo, en
una mistificación ideológica contraria a las políticas sociales. Se trata de
instaurar un Estado mínimo y eficaz sin que importe el crecimiento de las
desigualdades sociales y la pobreza y se preguntaba: "¿Está el
pensamiento contable destinado a hacer tabla rasa de las formas de gestión más
humanas". Para Luca Marsi ("El pensamiento 'economicista', base ideológica del
modelo neoliberal") no se trata de criticar la enseñanza de las materias
económicas, ni de dudar de la importancia de estas disciplinas, sino de la
posibilidad de abrir la mente a otras perspectivas, a la posibilidad de
profundizar en las relaciones "extraeconómicas" para "salir del marco
analítico estrictamente económico, para romper el esquema ideológico dominante
y volver a percibir los demás aspectos de las relaciones interpersonales".
El Nobel Vargas Llosa, en su última visita a Gran Canaria, despojándose del
neoliberalismo que ha abrazado sin pudor en los últimos años para quedarse en
el liberal que antes fue, nos advertía que en el contexto de este
mundo "en el que hay que formar fundamentalmente gente preparada para entrar al
mercado laboral, (…) la educación que no incluye una formación integral del
individuo y prepara sólo técnicos y especialistas puede crear un mundo
robotizado en el que lo primero que podría desplomarse es la democracia. La
democracia necesita ciudadanos alertas, que tengan un espíritu crítico que solo
las humanidades estimulan y crean".
Es exactamente lo mismo que plantean dos grandes libros que recomiendo
fervientemente: "Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las
humanidades", de Martha C. Nussbaun (Ed. Katz) y "Adiós a la universidad. El
eclipse de las humanidades", de Jordi LLovet (Galaxia Gutemberg/Círculo de
Lectores).
Para la profesora de derecho y ética, Martha C. Nussbaun, el mundo está
viviendo una profunda crisis que, con el tiempo, puede ser muy perjudicial para
el futuro de la democracia: "la crisis mundial en materia de educación". El
afán de lucro sin límites está descartando aptitudes imprescindibles para la
democracia, que pende de un hilo a nivel planetario. Ninguna democracia puede
ser estable si no cuenta con el apoyo de ciudadanos educados para este fin,
ciudadanos que respeten y se interesen por los demás, que sean capaces de ver a
los demás como seres humanos y no como objetos. La rentabilidad y el
civismo deben ir siempre de la mano y no es concebible que se sustituya
el pensamiento crítico por la rentabilidad a corto plazo, que se valora más que
el desarrollo personal. La autora no cuestiona en ningún momento la
ciencia y la tecnología, sino el abandono de otras capacidades vitales: "desarrollar
un pensamiento crítico, la capacidad de trascender las lealtades nacionales y
de afrontar los problemas internacionales como 'ciudadanos del mundo'; y, por
último, la capacidad de imaginar con compasión las dificultades del prójimo. La educación para el crecimiento económico se opondrá a la presencia de las
artes y las humanidades como ingredientes de la formación elemental mediante un
ataque que, hoy en día, se puede observar en todo el planeta". Cuestiona
que sea el crecimiento económico el que traiga los otros valores que defiende,
como se nos intenta vender, y critica que el progreso de una nación se mida
solo por el PIB, o el desarrollo económico, sin tener en cuenta la distribución
de la riqueza y la igualdad… frente al paradigma del desarrollo humano.
Los derechos y el cuestionamiento del presente no pueden ser abrogados por la
economía. El miedo a las Humanidades esconde el temor a que se genere la
comprensión frente a la moral obtusa. La capacidad de reflexionar y argumentar
en lugar de someterse que facilitan las carreras humanísticas suponen un valor
esencial para la democracia. Hay que impedir que se forjen generaciones
sumisas, máquinas utilitarias, eficientes y productivas y sin capacidad de
pensar, de debatir, de ser críticas… Por último, Nussbaum propone incentivar al
máximo la educación para la ciudadanía democrática como forma de preservar la
salud de la sociedad. Para evitar el "suicidio del alma", como escribió Tagore.
En la misma línea abunda el catedrático de Literatura y profesor de Filosofía,
Jordi LLovet, para el que el plan Bolonia no ha sido sino "meter la mano
neoliberal en la organización de la enseñanza superior, (…) nada más lejos de
los antiguos propósitos liberales de la primera mitad del siglo XX". Las
Humanidades (historiografía, literatura…) mostraron en todo momento una
dimensión moral y política de primer orden: "que los ciudadanos mantengan una
razón despierta y vigilante, a cualquier precio, forma parte de la definición
de la democracia desde su fundación occidental (…) No puede
construirse ningún sistema democrático propiamente dicho si la ciudadanía no
está preparada intelectualmente para el necesario discernimiento de todos los
hechos que se le presentan a diario ante sus ojos y su consciencia".
Aunque sea "sin fines de lucro", no podemos renunciar a un debate en el que nos
jugamos mucho.
PD.- Mientras leía el libro de Martha C. Nussbaum, el pasado día 16 de mayo,
se anunciaba que se le concedía el premio Príncipe de Asturias 2012. La
paradoja es que se le premia por lo que dice, pero, al mismo tiempo, se hace lo
contrario. Miren si no el cambio de giro de la asignatura de Educación para la Ciudadanía del ministro Wert, que sustituye los contenidos, a los que llama
ideológicos, dedicados a la homofobia o las desigualdades por la "libertad
económica".
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.