Antonio Morales*
No soplan buenos vientos para la democracia. Los poderes públicos,
que deben sostener la esencia de un sistema desde la participación de
todos en la toma de decisiones, están siendo sustituidos ante nuestras
narices por los poderes económicos, por los gobiernos sin alma de los
neoliberalismos y neoconservadurismos más virulentos.
Día tras día somos
testigos de embates devastadores a los elementos imprescindibles en un
Estado de derecho para garantizar la justicia social. El nivel de
cuestionamiento, cuando no rechazo frontal, de una gran parte de la
ciudadanía a la política y a las instituciones es altamente preocupante.
La sociedad civil se siente cada vez más huérfana de alternativas para
salir de la situación a la que nos llevaron como corderitos y se siente
cada vez también acogotada por un miedo paralizante que les conduce a
una indiferencia que solo le origina mucho más daño.
La
socialdemocracia, presa de una tercera vía fraudulenta que no resultó
ser sino pura complicidad con el capitalismo, hizo oídos sordos a la
realidad, no supo comprender la que se le venía encima y terminó
cediendo a los mercados y a sus políticas de ajustes, recortes y
sometimientos. La derecha democrática, autoerigida como salvadora de
este país, con la ratificación de una mayoría electoral a la que no se
le termina de caer la venda, nos vendió una fórmula mágica para sacarnos
de la crisis que, a la postre, se ha tornado en una gran mentira y ha
derivado en más podas salvajes a los derechos, desigualdades y
empobrecimientos.
En los escasos meses de gobierno del PP, siguiendo las
máximas de los Friedman y compañía, de que es en los primeros momentos,
con la ciudadanía desarmada, cuando hay que hacer realidad las medidas
más duras, no ha cesado de tomar, viernes tras viernes, medidas crueles
contra los más desfavorecidos y las clases medias. La política de más
impuestos, recortes salariales, pérdidas de poder adquisitivo de las
pensiones, frenos a avances sociales de primer orden, decisiones al
servicio de los oligopolios eléctricos, bancarios y demás que lo
sostienen, han sido rematadas con una injusta y reaccionaria reforma
laboral que nos retrotrae a los peores tiempos y que traslada cada día a
miles de personas a la pobreza y la exclusión social.
Mientras Rajoy, con toda las desfachatez del mundo,
proclama erigirse en defensor de "quienes peor lo pasan" y en la voz de
la gente de la calle, los grandes banqueros españoles aplauden a rabiar
la reforma financiera, y el presidente de la patronal llama a su
directiva a no mostrar alegría en público para no hacer visible el
triunfo obtenido, todo el mundo (BBVA, empresarios, Luís de Guindos, el
mismo Rajoy…) nos anuncia que la situación económica empeorará, que
llegaremos a los seis millones de parados (en Canarias serán más de
355.000), y que estamos bordeando la recesión por la caída del consumo y
del gasto público. ¿Se trata entonces de tomar medidas efectivas para
recuperar el empleo o solo son maneras de profundizar en el servilismo
funcional y en este caso también ideológico a los mercados?
Al tiempo que se hace seguidismo a las políticas más
neocon de Merkel con terribles consecuencias (en Europa ya hay más de
115 millones de pobres, cinco países del euro se encuentran en recesión y
Grecia ha tenido que ceder de nuevo más soberanía a cambio de un nuevo
rescate), vemos como Alemania tiene que desprenderse de su presidente
por un caso de corrupción, algo, por otra parte bastante usual en muchos
países europeos y en España, donde sin ir más lejos, sufrimos los
casos de Gürtel, Fabra, Matas, Urdangarín, Totana, Galicia, Canarias,
Alicante…
No nos puede extrañar entonces que Marine le Pen
represente a la tercera fuerza política en Francia como expresión del
aumento de la extrema derecha en el Continente, o que los griegos salgan a
la calle cargando contra sus políticos en general, que estemos
asistiendo a la entronización de los tecnócratas y a que se pisotee la
política como chivo expiatorio hasta llegar al reduccionismo de su
innecesaridad derivada de la incapacidad, complicidad o exhibición de
privilegios por parte de muchísimos políticos irresponsables.
A la democracia como sistema político no se le puede
responsabilizar de la crisis económica más allá de la debilidad que ha
demostrado, pero los que la han provocado amenazan con someterla a sus
intereses, con anularla: exhiben sin pudor que las decisiones que más
nos competen no las toman los parlamentos, o las toman en función de su
provecho. Y forjan, con el miedo y la inseguridad, una ciudadanía acrítica
incapaz de frenar la involución democrática en marcha; incapaz de pedir
responsabilidades sobre el origen de la deuda; de exigir que no se
tomen medidas sin las deliberaciones y el consenso necesarias y sin el
respeto debido a las propuestas electorales de los que han ganado las
elecciones. Para Emmanuel Tood ("Después de la democracia". Ed. Akal), "no
está claro que individuos aislados y sometidos a una disminución
sustancial de sus salarios, o de sus pensiones, sean capaces de oponerse
con fuerza a una supresión de sus derechos políticos".
Y no contentos con todo esto, aparece también el fomento
del desprecio a lo público, el enaltecimiento del individualismo y la
fragilización de lo comunitario (Vidal- Beneyto) que genera ciudadanos
sin compromisos, sin militancia social ni política. Es lo que Josep
Ramoneda llama el totalitarismo de la indiferencia.
La anulación de la voluntad política y la aceptación de que no se
puede hacer nada ante lo que mandan los mercados, provoca un profundo
descreimiento y una regresión democrática de incierto y peligroso
alcance. No puede haber más incertidumbre, desconcierto y angustia que
el que nos provoca el que, de repente, veamos tambalearse los cimientos
de la democracia y que al otro lado solo exista el vacío.., o el caos.
Como apunta Bernard Henry-Levy, un mundo en el que ni gobernantes ni
gobernados puedan decidir libremente es un mundo condenado.
No cabe la menor duda que la pasividad en estos momentos no genera
sino complicidades con la degeneración de la democrática y que, como nos
dice José Vidal- Beneyto ("La corrupción de la democracia". Ed. Catarata),
el régimen democrático actual es incapaz de poner en práctica los
valores que lo fundan: "Hay que reivindicar los principios y valores
democráticos en su conjunto: Estado de derecho e igualdad ante la ley;
autonomía del individuo; derechos humanos en su totalidad; bien
común/interés general; transparencia; participación/ciudadanía. Y a
partir de esa reivindicación, es capital explorar las vías y modos de
construir, desde y para la realidad de hoy, un sistema político, con el
nombre de democracia o con otro, capaz de devolverles su plena vigencia
operativa. Ésa es la gran apuesta del siglo XXI".
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.